Qué efectos tiene el deporte en nuestra cara
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Es esta una compleja pregunta. Sabemos perfectamente que nuestra piel es el resultado de un complicado coctel en el que intervienen factores que no podemos evitar o modificar, como son los genéticos, con factores que sí están a nuestro alcance, pues, guardan relación con nuestros hábitos diarios.
Hace muchos años la FDA nos decía que una de las mejores maneras de evitar el envejecimiento cutáneo era evitar la radiación solar, ya sea con filtros en crema o con protección física (gorros, camisas… siempre más efectivas), pero estaba ya demostrada la existencia de un «fotoenvejecimiento» que asociaba fotoelastosis, perdida de fibras elásticas, flacidez, reducción de la densidad cutánea, y por supuesto manchas.
Por otro lado, una alimentación sana, equilibrada, se ha demostrado que mejora el aspecto global de nuestra piel y, por lo tanto, su evolución. En este aspecto es destacable los conocimientos cada vez más amplios sobre la microbiota (esos millones de bacterias que forman parte de lo que entendemos como flora intestinal y que se va modificando como consecuencia de medicaciones o hábitos dietéticos inadecuados). Es ya muy evidente el empeoramiento de algunas patologías cutáneas, como la dermatitis atópica, con formas de alimentación no apropiadas y que alteran la microbiota, y del mismo modo la mejoría cutánea, cuando la alimentación va encaminada al aporte de vitaminas, minerales, pero también al cuidado de los millones de bacterias que en nuestro intestino cumplen una función mucho más relevante de lo que pensamos.
El tercer pilar para una piel sana es una vida mental, sana, con descanso, y alejada del estrés. Descansar y permitir que al descansar nuestra mente brille nuestra piel.
Y por último, el cuarto pilar es el ejercicio, que afianza los anteriores con la liberación de múltiples sustancias, como endorfinas, dopamina o serotonina, que mejoran nuestra salud física y mental y se traducen en una mejoría de nuestra piel, que además aumenta su oxigenación. Sin embargo, en este punto estamos viviendo en los últimos años la aparición de algunos rasgos faciales relacionados con el deporte.
En principio, la actividad deportiva lleva asociada una reducción de grasa, que conlleva una tonificación muscular en nuestro cuerpo. Ahora bien, en nuestra cara esa perdida de grasa subcutánea, e incluso de compartimentos grasos profundos del rostro, genera unos rasgos angulosos y demacrados (similares a los que puede provocar la edad). Además, hay que recordar que los músculos faciales no se ejercitan, sino al contrario, en determinadas actividades deportivas con impacto (running, pádel…) se genera un movimiento facial activo que no lleva asociado la tonificación de los músculos faciales, sino, por el contrario, su descolgamiento. La actividad física mejora la oxigenación de los músculos, pero los músculos faciales sufren un traumatismo continuo que lleva a una mayor flacidez y perdida de la morfología facial asociada a una “cara joven”.
La estructura ósea se mantiene, pero se pierden los tejidos que la recubren, la grasa, y el músculo, por lo que además de flacidez (al perder la eficacia en el soporte de las estructuras faciales) adquirimos un aspecto facial que recuerda a una calavera.
Ya lo decía el cirujano plástico de New York Gerald Imbert «¿habéis visto alguna vez a un corredor de larga distancia quien no tenga una cara demacrada y vieja?».
Esta situación, por lo tanto, favorable en lo que a nuestra salud general y cutánea se refiere, se torna negativa por un envejecimiento acelerado y más allá de ello unos rasgos faciales poco atractivos.
¿Qué podemos hacer?
Por un lado, la perdida de grasa ha de sustituirse con materiales de relleno, preferentemente ácido hialurónico de alta densidad, que tenga una larga duración (la infiltración de grasa suele durar menos tiempo y además cuenta con el inconveniente de que la reabsorción puede ser menos homogénea con asimetrías), este ácido hialurónico situado en áreas claves, como región cigomática, línea mandibular, cejas, y ello permite recuperar volúmenes y además servir como puntos de anclaje y tracción de aquellas estructuras musculares o planos cutáneos que se ha descolgado y vuelto “perezoso”.
Por otro lado, la flacidez causada por la perdida de tono muscular puede compensarse mediante inductores del colágeno como la hidroxiapatita cálcica o los hilos tensores, estas sustancias que se infiltran en la piel mediante cánulas o guías tienen como función generar en torno a ellas formación de colágeno por estimulación de los fibroblastos y con ello se logra un aumento de densidad de los tejidos, y un efecto de tracción del colágeno que revierte el descolgamiento.
Dra. Elisa Pinto
Jefe de Dermatología Hospital Ruber Juan Bravo 39, Madrid